El amaranto (Amaranthus) es una planta bastante alta, de hojas grandes y anchas, y vibrantes flores que se acomodan a lo largo de un tallo llamado panoja.
Se caracteriza por su cambio de coloración dependiendo de su estado de maduración, primero son verdes, luego rosadas y después amarillas o café claro.
Su uso es muy variado, pues pueden utilizarse sus semillas y las hojas en forma de cereal reventado o en harina.
En México, este superalimento se cultiva en diferentes estados de la república como Puebla, Tlaxcala, Estado de México y Oaxaca.
Este último estado se diferencia de los demás debido a que utilizan métodos ancestrales y amigables con el medio ambiente.
Un grupo, denominado Red Amaranto Mixteca, son los principales productores de este cereal dentro del estado. Ellos y ellas colaboran y trabajan en equipo durante toda la temporada.
Se prestan las herramientas para la siembra, comparten la maquinaria para tratar las semillas y entre todos las empacan para poder comercializar.
Su siembra comienza a realizarse en junio para que pueda cosecharse a mediados de noviembre. Una vez que se termina la recolección dividen el producto y lo venden a distintos compradores nacionales.
Una parte de la cosecha es utilizada por otros miembros del grupo, quienes trabajan la semilla a mano (la tateman a fuego lento en el comal o en una cazuela) para poder elaborar postres, guisos, salsas, ensaladas, caldos y distintos panes, que también son comercializados o son consumidos en la comunidad.
Los precios dependen mucho de la forma en la que la semilla está trabajada:
- $6 pesos mexicanos el kilo de semilla sin trabajar
- $28 pesos mexicanos el kilo de semilla procesada y molida
- $35 pesos mexicanos el kilo de harina de amaranto
- $60 pesos mexicanos el kilo de semilla reventada
Las ganancias obtenidas de la venta son divididas, una parte es para el o la productora que trabajó la semilla y otra es para comprar maquinaria o herramientas para continuar con la labor de cultivo.
Esta actividad es el sustento de toda una comunidad y que se siente orgullosa al sembrarlos como lo hacían sus antepasados, es decir, sin utilizar agroquímicos o maquinaria pesada en el suelo y haciendo uso de fertilizantes naturales como el abono de estiércol de sus animales (vacas).