Los frutos son una parte de la planta que contiene y protege a las semillas hasta su momento de maduración. Son de diferentes tamaños, formas, sabores y en su mayoría suelen ser comestibles.
Pueden clasificarse de distintas maneras, una de ellas es si son climatéricos o no climatéricos.
Frutos climatéricos
Son aquellos que pueden madurar aunque no estén adheridos a la planta, arbusto o el árbol. Es decir, una vez cosechados pueden continuar madurando.
Esto se debe a que los frutos alcanzan rápidamente la senescencia, es decir, que las células de la fruta envejecen más rápido. Además aumenta el etileno, una sustancia encargada de la sincronización y coordinación de esta maduración.
Su color, sabor, olor y textura cambia dependiendo de la etapa de maduración en la que se encuentre.
Es muy común que este tipo de frutos sufra gran deterioro si se le manipula de más, afectando su atractivo visual. Es importante recalcar que aunque su coloración cambie o su textura ya no sea tan firme, no quiere decir que esté echada a perder.
Algunas de estos ejemplares pueden ser: manzanas, tomates, plátanos, aguacates, higos, guayabas, guanabana, mango, melón, papaya, pera, durazno, chabacano, maracuyá, zapote, ciruela, kiwi o arándano.
Frutos no climatéricos
Son los ejemplares que solo alcanzan la maduración estando unidos a la planta, arbusto o árbol, ya que la producción de etileno y la respiración del fruto se ve interrumpida al momento de la cosecha.
Pueden presentar cambios después de ser cortados de la fuente de crecimiento, como ablandamiento o cambios en la coloración (comunmente pasan de ser verdes o amarillos a ser anaranjados). Sin embargo, estas alteraciones no significan maduración.
La mayoría de los cítricos y las berries están incluidos en esta categoría y comprende ejemplares como: cereza, uva, lichi, piña, granada, naranja, limón, fresa, mandarina, naranja, toronja, tangerina, sandía, dátil o bayas.